Prólogo de Alejandro Martín (otro viajero)
Así como él miró hacia mí, el artista revisa el fruto de su obra; lo juzga con mayor o menor contundencia y lo ofrece al mundo, para que todos podamos interpretarlo. Para que cada uno, con su propio equipaje, se vuelque en la obra de la misma forma que el artista hizo en primer lugar y compruebe qué se lleva consigo.
Francisco Martín Milán nos presenta unas simbólicas PATERAS con un panorama complejo, disimulado, oculto entre imágenes de aparente estatismo. Sus líneas, no obstante, son frenéticas, difusas - podría decirse que vagan desperdigadas sobre el papel-, y sin embargo están cargadas de fuerza. La fuerza propia de una escapada contra lo imposible, contra lo imparable. Una lucha desesperada. Un grito contra viento y marea.
Hombres semidesnudos, jóvenes algunos, niños, caen. El foco del espectador se centra sobre ellos y les deja aún más indefensos si cabe. Han sufrido lo impensable para llegar a su destino. Y ahora, cuando son observados, no pueden ocultar una muestra final de flaqueza. Los contrastes y fuertes sombras pueblan el dibujo. Pero es un espejismo más. Estos hombres se alzan triunfantes frente a la marea asesina. Pocos podrían aventurar cuál fue su origen. Como ellos, todos nos hemos visto alguna vez desprovistos de nuestra naturaleza. De nuestra dignidad. Los cuerpos se contraen, cogen fuerzas, recobran aliento. Estos hombres, entre héroes y víctimas, claman por recuperar su lugar.
La técnica no es casual: sanguina. Sangre. En su propio nombre ya alberga una declaración de intenciones. La mancha rojiza impacta sobre cada imagen. Rugosa, uniforme y, sin embargo, viva. Cada trazo nos descubre una expresión contundente que evoca a ese alarido de supervivencia. En movimiento. Constante e irregular. Pero siempre en movimiento.
Pequeñas piezas siembran un terreno baldío. Una hermosa vasija, brillante, voluptuosa, se alza orgullosa en el horizonte. Vasos vacíos - quizá derramados- y más vasijas, entre imperturbables y ruinosas. Sed. Sed de lo desconocido y grandes sombras alargadas. Afiladas y amenazantes rocas. Cruces caídas. Conchas recogidas en el camino. Aquel que comenzaste tanto tiempo atrás y aún no sabes cómo desandar para recordar cómo has llegado hasta aquí. Transparencia. Reflejos. La luz decae y todo empieza a difuminarse. El peso de los objetos es abrumador. Quizá nunca podamos regresar. Quizá permanezcamos así para siempre, esclavos de nuestro propio equipaje. O quizá mañana la marea traiga nuevas piezas, nuevas sombras y nuevos caminantes que caigan y se levanten. Poco a poco cae la luz. Poco a poco resurge.
Escribo estas últimas líneas con la convicción de que hay algo entre esas líneas. Algo que todos podemos llevarnos junto a esta experiencia, si miramos con el tiempo y la honestidad suficiente.